Creo que incorporar en un mismo saco ideológico a todos estos pensadores quizás resulte injusto. El 98 coincide con una época terrible de degradación para el espíritu y ánimo de los españoles, al hacerse realidad lo que venía siendo una progresiva decadencia. Se perdían los territorios de ultramar, Cuba, Puerto Rico, y las islas Filipinas, que habían formado parte de la corona desde tiempos remotos, lo que dejó una sensación de abatimiento general difícil de levantar. El “regeneracionismo” se abrió camino, había que empezar de cero y todo aquello que sonara a tradición debía ser cuestionado.
El entorno taurino, por el contrario, quiso contribuir a elevar el ánimo celebrando diferentes corridas patrióticas. La del 12 de mayo de 1898 en Madrid pasó a la historia por los encendidos brindis:
- Emilio Torres Bombita: “Brindo por usía, por su acompañamiento y por los que tanta sangre derraman por España”.
- Nicanor Villa Villita: “Brindo por la presidencia, por todos los españoles y por el triunfo honroso de nuestras Armas“.
- Leonardo Sánchez Cacheta: “Brindo por usía, por el público en general, por el Ejército y la Marina y por que no quede un yanqui en todo el universo“.
- Luis Mazzantini: “Brindo por el heroico pueblo del 2 de Mayo, por el señor alcalde que lo representa en ese palco y por que el importe íntegro que se recaude en esta corrida se destine en dinamita para hacer saltar en mil pedazos a ese pueblo de aventureros que se llama norteamericano“.
- Rafael Guerra Guerrita: “Brindo por el presidente y por su acompañamiento y por que no quisiera más sino que se volviera un yanqui el toro“.
Si damos un repaso a las principales figuras de esa generación encontramos a Pío Baroja, antitaurino, aunque realmente don Pío no solo fue contrario a la fiesta sino que lo fue a todo. Años después, José Ortega y Gasset decía que su estilo era similar al de una ametralladora, acabar con todo; la frase del vasco, “la jota me parece una cosa repugnante” es una muestra de su pensamiento.
Antonio Machado, por el contrario, incorporó en sus poemas inolvidables párrafos que recuerdan escenas taurómacas…
“Este hombre del casino provinciano
que vio a Carancha recibir un día,
tiene mustia la tez, el pelo cano,
ojos velados por melancolía”.
Valle Inclán, en cambio, se codeó con las figuras taurinas y dejó para el recuerdo frases y situaciones memorables como cuando le espetó a Belmonte aquello de “Juanito, sólo te falta morir en la plaza”, la respuesta del trianero es sobradamente conocida “Se hará lo que se pueda, don José María”. Pero la implicación de Valle Inclán no se limitó a las buenas palabras sino que se involucró personalmente, como en 1913, en el homenaje que organizó a Juan Belmonte, a las pocas semanas de presentarse de novillero en Madrid, en el restaurante “Ideal” del Retiro. En esa ocasión, salió el carácter pendenciero de Valle Inclán cuando el encargado del local les colocó en una mesa apartada y ante las reclamaciones de don Ramón María, el empleado cometió la imprudencia de decir que “era un sitio de la casa como otro cualquiera”. El dramaturgo, al escuchar esas palabras destempladas, no pudo por menos que encarase y gritarle: “¡También es un sitio el “water-closet”! ¡Colócanos en el sitio de honor, badulaque! ¿Sabes quiénes somos? ¿Sabes quién es este hombre?”; evidentemente los comensales fueron reubicados en un mesa muy diferente, en un lugar distinguido del restaurante.
Miguel de Unamuno tuvo épocas de entendimiento con la Fiesta, mientras que en otras etapas vitales militó en el bando de los antitaurinos y antiflamenquistas. Como describió el Catedrático Andrés Amorós en una conferencia, Unamuno “era un tío contra”, opuesto a todo, ya se tratara de la monarquía, de Primo de Rivera, de la República o de Franco. Con una personalidad arrolladora, no dejaba hablar a nadie; cuenta Jorge Guillén que pasando un día completo con él, sólo logró articular unos breves “eh, ah, oh, si …”
Unamuno llegó a decir en sus años mozos:
“Aunque me gusta mucho el toro en el campo soy contrario a las corridas de toros”
De cualquier forma, su amor por el animal en la dehesa fue innegable.
Parece que a partir de 1920 inició un proceso que le llevó a alejarse de esas posiciones antitaurinas, prueba de ello fueron sus manifestaciones postreras de “no se puede negar el vínculo taurino con España” o que “la barbarie se cura asistiendo a los toros”.
Le pudo influir su amistad con la Pardo Bazán, que, sin ser gran aficionada, escribió:
“La luz, el color, el ruido, la animación mágica de este espectáculo, que Teófilo Gautier calificó, de uno de los más bellos que puede imaginarse el hombre, son realmente más para ser vistos que descritos”.
Miguel de Unamuno, singular escritor y filósofo, nació en Bilbao pero residió mucho tiempo en Salamanca. En 1891 obtuvo una cátedra de griego en la universidad salmantina, siendo nombrado rector de la misma en 1900, con sólo treinta y seis años de edad, cargo que ocupó en tres periodos diferentes.
Los apenas 80 kilómetros que distan Becedas de Salamanca posiblemente motivara la decisión de ser escogido como destino para pasar los veranos con su mujer y nueve hijos. La estancia del bilbaíno, unido al hecho de que cuatro siglos antes Santa Teresa permaneciera una larga temporada en estos predios, curándose de unos desajustes digestivos, convierte a este maravilloso enclave de Becedas en un lugar de referencia de la literatura hispana.
Esta tierra, ubicada en la provincia de Ávila, forma parte de lo que se ha dado en llamar «la España vaciada», pasando de un censo de 1.696 vecinos, en 1940, a sólo 219 en 2017.
Anclada en la estribaciones del Parque Natural de Gredos, el marco es magnífico, prueba de ello es la anécdota que se cuenta cuando Unamuno coincidió con Blasco Ibáñez en los Campos Elíseos de París y el valenciano le preguntó: «¿Ha visto Vd., D. Miguel, un espectáculo más hermoso?», a lo que el bilbaíno contestó: «Sí, Gredos».
Y, como no puede ser de otra forma, y por si alguien lo dudara, ¡Becedas tiene plaza de toros!
La placita se encuentra en la llamada “Peña de la Zorra”, lugar muy del gusto de Unamuno, donde solía parar, y no es difícil imaginarlo sentado en una roca, leyendo unos papeles o garabateando unos poemas. ¿Escribiría aquí eso de…?
“A la redonda sombra de la encina
inmoble y negra, inmoble se recuesta
el negro toro, y una charca apresta
su espejo inmoble de agua mortecina”.
¿Vendría a descansar por estos parajes en el verano del 31, año de construcción de la plaza, tras proclamar desde el balcón del ayuntamiento el advenimiento de la República el 14 de abril?
La zona está alejada de la población; la placita se esconde camuflada detrás de un parque infantil, en el que se puede observar un muro de mampostería que denotaba la existencia de un corral.
Realmente no existen tendidos sino una pared sobre la que se podrían colocar 200 espectadores un tanto apretados; además, las rocas adyacentes actúan a modo de gradas, por lo que el número de aficionados resulta indeterminado. Dicho de otra forma, una plaza con entrada libre, el que pueda, que lo vea.
El ruedo es pequeño; según fuentes consultadas, 30 metros, pero no me atreví a comprobarlo al haber encerradas algunas vacas e innumerables restos biológicos esparcidos por doquier. Carece de callejón, actuando los ocho burladeros como protección para los diestros.
Un corral y corralillos anexos debieron ofrecer en su momento de improvisados chiqueros.
Aquí toreó Juan Mora y también “la troupe del Chino Torero”, uno de cuyos integrantes era de esa localidad.
Por pasar desapercibida, no aparece en escritos de referencia sobre plazas de toros como el de Pin Mas ni el de “Plazas mayores y de toros” de Francisco López Izquierdo.
La plaza es propiedad del Ayuntamiento y según parece, desde 1990 no se ofrecen festejos. En un mundo en el que el dinero lo mueve todo resultaría muy complicado organizar nada en este lugar, ¡que pena!
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